El título de este artículo se debe a Antonio Peña, investigador emérito de la UNAM. Es una conclusión a la que llegó con base en diversos datos que serán presentados a continuación. Algunos de ellos han sido expuestos en este espacio y vale recordarlos. Otros son nuevos. De acuerdo con el informe titulado El estado de la ciencia (UNESCO, 2010), México es uno de los países que menos invierten en el rubro científico tecnológico. No sorprende, por tanto, que la producción científica nacional sea baja y la formación de investigadores escasa (El Economista, 16/I/11). En efecto, el presupuesto del gobierno mexicano destinado al desarrollo de la ciencia es de sólo 0.4 por ciento del PIB, aunque la Ley de Ciencia y Tecnología establece, desde 2006, que la inversión tiene que ser de 1 por ciento del PIB, lo que no se cumple. En comparación, Brasil y China e India invierten 1.1 y 1.4 por ciento respectivamente.
Por ello no es fortuito que en días pasados, con motivo del cuadragésimo aniversario del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), el presidente Calderón afirmara que “ve cerca una política de Estado en ciencia y tecnología (MILENIO Diario, 15/I/11). Se desprende, de lo anterior, que esa política aún no se encuentra del todo estructurada, a pesar de que ella sea una de las claves para el desarrollo del país. Las palabras presidenciales quedan en intención y no se traducen en hechos. René Drucker, otro científico distinguido de la UNAM, sostiene que la ciencia se encuentra “abandonada” en México. Un país sin política científica, agrega, está condenado a fallecer. Drucker pone como ejemplo a Brasil, que el año pasado invirtió en el ramo de la ciencia y la tecnología alrededor de 34 mil millones de dólares (mdd), que aportaron el Estado y diversas instituciones privadas (Reforma, 16/I/11). Al comparar esta cifra con la que invierte México, puede desprenderse el abismo que nos separa del país sudamericano. Este año se invertirán en México tan sólo 4 mil mdd. El Conacyt dispondrá de 17 mil 500 millones de pesos, una cifra magra, cuyo destino principal será el otorgamientode becas para estudiar posgrados en el extranjero y financiar el Sistema Nacional de Investigadores (SNI).
Con base en lo anterior el compromiso gubernamental tiene que fortalecerse para promover las actividades científicas y tecnológicas: es prioritario. México es un país cuya base económica se encuentra en las exportaciones hacia el mercado estadunidense y el desempeño económico nacional depende de los vaivenes del país vecino. Brasil, en cambio, ha desarrollado una política de Estado que le permite ser uno de los grandes productores de la industria aeronáutica y sus avances en materia de hidrocarburos es sorprendente. Muchos de los aviones de las líneas aéreas mexicanas son fabricados en Brasil, por la empresa estatal Embraer que emplea a más de 17 mil técnicos y científicos. La preocupación de Drucker llega al punto de considerar “alarmante” el estado actual de la ciencia mexicana.
El Conacyt es una institución (establecida en 1971) cuyo objetivo fundamental ha sido impulsar la investigación. Sin duda que los logros, aunque escasos, que se han obtenido en los últimos 40 años tienen algo que ver con el establecimiento de ese consejo. Sin embargo, hay opiniones como la de Drucker que este organismo se ha vuelto inoperante: se ha burocratizado. El financiamiento de proyectos de investigación es lento y, con el tiempo, la tardanza se ha agravado. La convocatoria para proyectos en ciencia básica correspondientes a 2008 fueron dados a conocer 20 meses después, lo que sustenta el desgano del consejo.
Desde otro ángulo puede observarse el rezago mexicano en cuanto al tamaño de su planta de investigadores. De acuerdo con el informe de la UNESCO antes citado, del total de investigadores en el mundo, sólo 0.5 por ciento son mexicanos. Brasil y China contribuyen, cada uno, con 2 por ciento, esto es cuatro veces más que la cifra mexicana. China aporta 14 por ciento y Estados Unidos 20 por ciento. En otras palabras, si se suman los investigadores estadunidenses y chinos, ambos tienen uno de cada tres investigadores del mundo (Reforma, 16/I/11). Otro indicador preocupante es que de cada 100 doctorados que se forman en México, 14 abandonan el país. La explicación es sencilla: México no ofrece oportunidades a sus pocos profesionales de alto nivel, los que son aprovechados en otras latitudes, aunque hayan sido financiados con recursos nacionales.
Con fines comparativos, en Brasil salen sólo tres de cada 100 doctorados. Las áreas que privilegia este país son los biocombustibles, la energía eléctrica y el petróleo, entre otras áreas. Estos datos son los que explican por qué el liderazgo latinoamericano en términos de crecimiento económico y aumento en el bienestar social se encuentra en Brasil, cuya agenda de mediano plazo se encuentra bien definida.
Otro de los factores que están frenando el desarrollo científico mexicano y, en consecuencia, poniendo en riesgo la viabilidad del país es la violencia que se ha extendido con inusual rapidez en los últimos dos años. Si en ciencia y tecnología se dispondrán, en 2011, de 4 mil mdd, en seguridad se destinarán (los presupuestos sumados de las secretarías de la Defensa, Marina, PGR y Seguridad Pública federal) más de 103 mil millones de pesos (Diario Oficial, 7/XII/10, cuarta sección): casi seis veces más de lo que recibirá el Conacyt para las tareas que le son propias.
En suma, sin investigación científica no hay nación viable. En México se ha descuidado, de manera alarmante, este aspecto que es clave para el desarrollo. Es probable que el gobierno triunfe en la lucha contra la delincuencia. Pero es probable también que el costo sea el de un país fallido, por carecer de una base mínima científica y tecnológica.
Reyna, Jose Luis. “México, científicamente analfabeta” en Milenio, lunes 24 de enero de 2011, consultada el 25 de enero de 2011, http://milenio.com