martes, 26 de abril de 2011

CAMBIAR A LOS MEXICANOS POR DENTRO

Cada una de las reflexiones que podemos hacer sobre la realidad mexicana desemboca, de marea inexorable, en los callejones sin salida de los grandes problemas nacionales. Ahí está el debate sobre la pobreza, por ejemplo, recordado ayer por Héctor Aguilar Camín en su columna: los programas sociales de papá Gobierno, tan necesarísimos como son, no pueden acabar con la miseria de millones de mexicanos. Sin duda, su naturaleza asistencial no propicia soluciones de fondo. Lo mismo puede decirse, en lo que toca a las limitaciones de las políticas públicas, de otros temas como la educación, la seguridad, la salud y el empleo. El peso de las usanzas, los vicios, las costumbres y las prácticas heredadas es colosal.


Podemos atribuir la persistente existencia de la desigualdad al diseño de un sistema “neoliberal” —gestionado por los ricos y los poderosos— que se desentiende de los pobres. El problema es cuando vas al encuentro, justamente, de un individuo marcado, desde la cuna, por las durezas de la miseria. ¿Quién es? ¿Cómo es? Y, una vez entendidas estas cuestiones, si es que te quedan meridianamente claras, te puedes plantear la gran pregunta que, por cierto, no sería ¿qué podemos hacer por él?, sino ¿qué puede hacer él mismo?


No quiero parecer uno de esos merolicos del optimismo y la autopromoción que intentan responsabilizarnos a todos y cada uno de nosotros de nuestros destinos como si esto, lo de abrirse camino en la vida, fuera un mero asunto de tener entusiasmo, fuerza de voluntad y arrestos. Después de todo, hay gente que no tiene armas para luchar porque nunca le han dado oportunidades de tenerlas. Y, precisamente, muchos pobres no tienen ni la energía ni la educación ni la visión para hacerse cargo de ellos mismos (lo que, dicho sea de paso, es pretexto para el ejercicio de oscuros paternalismos y manipulaciones). No podemos, sin embargo, dejar de reconocer la realidad de que estos individuos ya tienen una tremenda desventaja. ¿Cómo los ayudas? O, dicho en otras palabras y de manera más cruda, ¿cómo los cambias?



Revueltas Retes, Román. “Cambiar a los mexicanos por dentro” en Milenio, 13 de abril de 2011, consultado el 24 de abril de 2011, http://impreso.milenio.com

martes, 12 de abril de 2011

VALORES ¿EN LA SEP?

Nadie como Javier Sicilia ha criticado tan severamente a los políticos y a los criminales de este país; en su carta abierta señala: “Estamos hasta la madre de ustedes, políticos (y cuando digo políticos no me refiero a ninguno en particular, sino a una buena parte de ustedes…), porque sólo tienen imaginación para la violencia, para las armas, para el insulto y, con ello, un profundo desprecio por la educación, la cultura y las oportunidades de trabajo honrado y bueno (…) De ustedes, criminales, estamos hasta la madre, de su violencia, de su pérdida de honorabilidad, de su crueldad, de su sinsentido. Antiguamente ustedes tenían códigos de honor. No eran tan crueles en sus ajustes de cuentas y no tocaban ni a los ciudadanos ni a sus familias. Ahora ya no distinguen. Su violencia ya no puede ser nombrada porque ni siquiera, como el dolor y el sufrimiento que provocan, tiene un nombre y un sentido. Han perdido incluso la dignidad para matar.”

El poeta relaciona la violencia con la falta de oportunidades educativas, entre otras cosas. Porque es muy lamentable que el desprecio por la educación haya llegado a excluir a la mitad de nuestros jóvenes (al cumplir los 15 años) y que ampliar la matrícula educativa no sea prioridad en el presupuesto. Tampoco lo son otras cosas elementales, como llevar agua potable a las escuelas (20 por ciento de las escuelas no cuentan con el preciado líquido), reparar el mobiliario escolar (16.7 por ciento de las bancas están deterioradas) o la higiene en los baños (29.6 por ciento).

Las prioridades de la SEP son otras: celebrar ostentosamente el bicentenario de la Independencia, regular engañosamente la distribución de alimentos chatarra en las escuelas, promover las telenovelas como recurso educativo o conmemorar con reuniones internacionales los 90 años de la SEP. Esta semana se realizó el Encuentro Educación y Valores para la Convivencia del Siglo XXI. Me parece oportuno analizar ¿cómo puede la escuela contribuir a la convivencia y reducir la violencia? El secretario de Educación no está de acuerdo con el poeta y periodista que perdió a su hijo; por el contrario, Alonso Lujambio rechazó que la pobreza conduzca a algunos grupos sociales a asociarse con el crimen organizado, pues “se trata de una decisión “moral” basada en condiciones de libertad: nosotros queremos que los jóvenes rechacen esas opciones”. Yo comparto con Sicilia, y me pesa mucho, que la pobreza sea un factor crucial ligado a la violencia. Ciertamente no es el único, así que también comparto con Lujambio la necesidad de formar valores de convivencia y ejercicio de la libertad en la escuela.

Pero el discurso del Secretario pasó a convertirse en un peligroso síntoma de simulación, cuando invita a Álvaro Uribe, nada menos que ex presidente de Colombia, para dar una conferencia magistral. ¿Acaso es el modelo a seguir de Lujambio? Espero que no, porque se trata de un presidente colocado por las fuerzas paramilitares y por los narcos de ese país, quien autorizó la instalación de bases militares de Estados Unidos en su territorio, quien además está acusado de múltiples asesinatos de jóvenes. Fue un mandatario que consideraba más peligrosas las drogas que las armas, que valoraba como inaceptable legalizar las drogas pero no regular el armamentismo, quien no hablaba de la pobreza ni de la falta de oportunidades como disparadores de la delincuencia. Uribe advirtió que si en las familias falla la formación de valores seguirá creciendo el crimen organizado y propone que ante la violencia, es la familia la institución que puede hacer el cambio, posición que compartió Margarita Zavala, participante de su mesa. Yo me pregunto, ¿cómo cambiar a las familias de los criminales?, ¿cómo podrán formar nuevos valores quienes han reclutado a los sicarios? Esos que, en palabras de Sicilia, han perdido la dignidad para matar. ¿Es en ellos en quienes quieren fincar la superación de la violencia?

En estos días salimos a tomar las calles muchos que, afortunadamente, no hemos tenido que ver el cuerpo destrozado de nuestro hijo. Algunas consignas de los jóvenes: “Violencia con violencia, también es delincuencia”, “No más sangre porque los estudiantes seremos trabajadores”, “La guerra de Calderón es el holocausto de los jóvenes”, “Fuera Calderón”, “Los asesinos están en Los Pinos... y en el Senado, y en la cancillería”, “Por nuestros hijos, por nuestros cuerpos”, “Estamos hasta la madre: Túnez, Egipto, Yemen y… México”, “Regulemos las drogas, Prohibición=Guerra”. Fuimos llamados por Javier Sicilia para intentar devolverle la dignidad a la nación, él nos sacó por un momento del shock, de la paralización sicológica en que nos encontramos todos después de más de 40 mil muertes. Como diría Noami Klein (The shock doctrine: the rise of disaster capitalism, Knopf, Canadá, 2007), la guerra del Estado contra el narcotráfico ha llevado a conmocionarnos y a doblegarnos, a colocarnos en un estado de shock ideal para ablandarnos, para que nos puedan imponer políticas y alistarnos, antes de que recobremos el equilibrio.


Rodríguez, Gabriela. “Valores ¿en la SEP?" en La Jornada, viernes 8 de abril de 2011, consultado el 12 de abril de 2011, http://www.jornada.unam.mx/2011/04/08

martes, 5 de abril de 2011

LA PARADOJA DE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

La semana pasada, la Universidad Iberoamericana convocó a distintos especialistas a discutir el tema de la libertad de expresión en nuestro país. Fue un ejercicio interesante porque no partía ni del deber ser, ni de los manuales académicos, sino de una amplia encuesta que refleja de manera muy precisa la forma en que los mexicanos nos relacionamos con la libertad de expresión.

Un porcentaje considerable de compatriotas aprecia el ejercicio de la libertad para criticar al gobierno (38%), pero un porcentaje nada despreciable considera que al gobierno sólo se le debe criticar en determinadas circunstancias (35%) y otro más que de manera directa considera que al gobierno no se le debe criticar (¡23%!). Vaya usted a saber cuáles son las circunstancias que cada cual considera apropiadas para ejercer esta crítica. Y qué motiva a ese grupo al que le parece que no se debería criticar al gobierno y a otras instituciones, como el ejército, en ninguna circunstancia. Es importante detenernos en este punto y preguntarnos por qué un segmento tan amplio tiene esta especie de lealtad con el gobierno como para asumir como propio el paradigma de la crítica cero. Se me ocurren muchas hipótesis para explicar esto, pero compartiré con usted, amable lector, sólo dos.

La primera es que en nuestro país existe todavía un porcentaje importante de personas que consideran que su vida depende en gran medida de lo que haga o deje de hacer el gobierno. Para muchos mexicanos, la acción gubernamental puede ser la fuente de beneficios tangibles o simbólicos que van desde una despensa hasta le pago de una pensión. Para estos ciudadanos el gobierno, más que una instancia que administra y genera bienes públicos, es una fuente potencial para capturar rentas. Es comprensible, por tanto, que más que gobernados se sientan en mayor o menor medida socios del gobierno y por tanto propendan a recibir negativamente las críticas que se formulan al mismo. En los tres partidos políticos grandes existe un segmento de militantes que comulga con estos valores. Una segunda hipótesis que me parece más cercana a la realidad es aquella que algunos autores (Andsanger, Wyatt y Martin) sugieren que en sociedades como la mexicana la libertad de expresión tiende a desarrollarse de manera segmentada. Dicho de otra manera, la libertad de expresión y la crítica la gobierno o a otras instancias es valorada si coincide con sus percepciones y preferencias. En cambio, ese mismo aprecio por la libertad cambia si se formulan críticas a instituciones o incluso corrientes ideológicas con las que uno simpatiza. Si llevamos al extremo el argumento podríamos decir que el lema de ese grupo de ciudadanos es: “que la libertad está muy bien mientras se use para decir aquello que confirma mis creencias o mis preferencias.”

Esta relativización de la libertad claramente reflejada en la encuesta aludida nos permite ubicar un segmento importante del electorado priísta que se dice muy respetuoso de la libertad, siempre y cuando ésta se ejerza sin tocar determinadas figuras o instituciones. Pero nuestra derecha y nuestra izquierda cargan también en sus genes con importantes dosis de cultura autoritaria que convive perfectamente con esta relativización de la libertad de expresión. Así, por ejemplo, la derecha cimarrona aprecia mucho que se critique al populismo de izquierda e incluso las a las universidades públicas, pero se alarma cada vez que la libertad es usada por grupos como los homosexuales que piden que se les reconozca sus derechos. Se ha escuchado expresiones como. “La libertad de expresión está muy bien pero ¿por qué se le tiene que estar dando voz a los homosexuales?”. La izquierda tiene también una larga tradición de servilismo ante el poderoso y de estigmatizar a sus críticos como vendidos o poleas de transmisión de oscuros intereses. Esta visión restrictiva de la libertad explica por qué estos grupos ven la realidad a través del prisma ideológico. Y ese prisma no sólo nos ofrece diferencia de matices, sino cromáticas y en muchos casos nos lleva a no ver la realidad misma.

Algo de esto se ha visto en algunas de las críticas al Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia, que parecen más motivadas por las personas y las instituciones que lo firmaron que por el contenido mismo del acuerdo y sobre todo por la posibilidad de exigirnos a todos los firmantes que cumplamos con lo convenido. No puede ser que exijamos determinadas cosas y cuando las hacen (con quienes no simpatizamos) entonces critiquemos esas mismas cosas. En consecuencia, queda claro que la libertad de expresión y los méritos estarán siempre del lado de quienes simpatizo y nunca de los de enfrente. Pero como dijo Arafat, la paz no se hace con los amigos sino con los enemigos. Los grandes compromisos que cambian un país se dan cuando diferentes sensibilidades y líneas editoriales convienen que es prudente seguir nuevas pautas para la cobertura de los temas relacionados con la inseguridad pública.

Curzio, Leonardo. “La paradoja de la libertad de expresión” en El Universal, 4 de abril de 2011, consultado el 5 de abril de 2011, http://www.eluniversal.com.mx