¿Usted piensa que Kalimba realmente violó a la chica que lo acusa en Quintana Roo? ¿Le cree al cantante o a Daiana? ¿Y qué piensa de Florence Cassez? ¿Inocente o secuestradora? Seguro usted también tiene opinión sobre la niña Paulette. ¿Estuvo varios días atorada en el borde de la cama o la pusieron ahí después de muerta? ¿Y qué de la muerte de Mouriño? ¿Fue accidente o lo mataron los narcos, o alguna fuerza oscura que quería fastidiar al delfín del presidente Calderón? ¿Y de Diego? ¿Lo secuestraron o se inventó su secuestro para ser candidato a la Presidencia? ¿No habrá sido el propio gobierno el que lo secuestró? Y, desde luego, usted tiene una opinión sobre los supuestos problemas de alcoholismo del presidente Calderón. Y también debe tener su criterio sobre si el gobierno de Calderón protege al Chapo Guzmán e incluso sobre si el Presidente pidió o no la salida de Carmen Aristegui de MVS. No cabe duda que en eso de opinar los mexicanos nos pintamos solos.
Todos tenemos una opinión sobre algo. Y basta con que alguien esboce alguna explicación, por descabellada que sea, sobre un acontecimiento o sobre un personaje público, para que inmediatamente uno tome posición al respecto. Basta ver las opiniones en la red y los comentarios en los periódicos en internet. Los miles de opinantes, que se escudan siempre con nombres absurdos e imágenes chuscas, emiten las más descabelladas interpretaciones de la realidad en las que sobresale la ignorancia, aderezada con racismo, vulgaridad y machismo. ¿Realmente somos así los mexicanos? Lamentablemente estas opiniones coinciden muchas veces con las que uno escucha de manera directa en la calle, en los cafés, con los amigos. Siempre hay una explicación rebuscada, absurda y ofensiva de algún acontecimiento que en el mejor de los casos, expresa la inagotable imaginación de nuestra raza, y en el peor, una maquinación consciente con propósitos políticos.
Desde luego, más de alguno dirá que el pueblo es así en todas partes del mundo: poco informado y prejuicioso. Puede ser. Sin embargo, lo preocupante de nuestro país es que la “opinionitis” extrema no es sólo un mal que aqueja a las masas, también parece estar presente en muchos analistas y comunicadores. Y baste revisar la prensa escrita y electrónica. Las opiniones irresponsables abundan, quizás porque saben que eso es lo que busca una parte de la población. Así se construyen historias sobre la base de versiones de informantes protegidos o de rumores. Se condenan acciones de gobernantes de uno u otro signo sobre la base de la simpatía personal. Se emiten opiniones con el “argumento” de que no se han leído en la prensa análisis que digan lo contrario. Perdón, pero ¿es ésa una evidencia? Así, también se especula en medios “serios” si lo que ocurrió en Egipto puede pasar en México ¿Por qué? Pues nomás. Porque tal vez sea el deseo profundo de algunos analistas —y según se vio el sábado, de algunos políticos de izquierda— aunque poco tenga que ver con la realidad mexicana.
Todo el mundo tiene derecho a creer lo que quiera. Uno puede creer en el fondo de su corazón que Calderón tiene un chip en la cabeza a través el cual El Yunque, junto con la embajada estadounidense, le ordena qué hacer y decir. Y uno puede creer que Fernández Noroña es un extraterrestre y que Vicente Fox es un robot. En fin, uno puede estar seguro de que el mundo se acaba en diciembre del 2012 —qué lástima para Peña Nieto que sólo va a gobernar por tres semanas. Sin embargo, expresar cualquier opinión en público implica responsabilidad y el uso de argumentos. Lanzar acusaciones con base en simpatías o antipatías es poco ético, aunque ciertamente refleja una visión de la realidad que parece haber permeado toda la vida nacional. Tanto en tribunales como en medios cualquiera puede ser acusado de lo que sea y tiene que demostrar su inocencia. Quien acusa no prueba. Cualquier ciudadano —incluidas las figuras públicas— somos presuntos culpables, como lo sugiere la película con ese título que fue apenas estrenada. Si este país quiere ser serio, debemos ya dejar el deporte nacional de opinar sobre la base de amores y fobias y recurrir a evidencias. De esa forma, tal vez tendremos menos certezas, pero también un país más democrático.
Chabat, Jorge. "¿Y usted qué cree?" en El Universal, México, 14 de febrero de 2011, consultado el 22 de febrero de 2011, http://www.eluniversal.com.mx/
Todos tenemos una opinión sobre algo. Y basta con que alguien esboce alguna explicación, por descabellada que sea, sobre un acontecimiento o sobre un personaje público, para que inmediatamente uno tome posición al respecto. Basta ver las opiniones en la red y los comentarios en los periódicos en internet. Los miles de opinantes, que se escudan siempre con nombres absurdos e imágenes chuscas, emiten las más descabelladas interpretaciones de la realidad en las que sobresale la ignorancia, aderezada con racismo, vulgaridad y machismo. ¿Realmente somos así los mexicanos? Lamentablemente estas opiniones coinciden muchas veces con las que uno escucha de manera directa en la calle, en los cafés, con los amigos. Siempre hay una explicación rebuscada, absurda y ofensiva de algún acontecimiento que en el mejor de los casos, expresa la inagotable imaginación de nuestra raza, y en el peor, una maquinación consciente con propósitos políticos.
Desde luego, más de alguno dirá que el pueblo es así en todas partes del mundo: poco informado y prejuicioso. Puede ser. Sin embargo, lo preocupante de nuestro país es que la “opinionitis” extrema no es sólo un mal que aqueja a las masas, también parece estar presente en muchos analistas y comunicadores. Y baste revisar la prensa escrita y electrónica. Las opiniones irresponsables abundan, quizás porque saben que eso es lo que busca una parte de la población. Así se construyen historias sobre la base de versiones de informantes protegidos o de rumores. Se condenan acciones de gobernantes de uno u otro signo sobre la base de la simpatía personal. Se emiten opiniones con el “argumento” de que no se han leído en la prensa análisis que digan lo contrario. Perdón, pero ¿es ésa una evidencia? Así, también se especula en medios “serios” si lo que ocurrió en Egipto puede pasar en México ¿Por qué? Pues nomás. Porque tal vez sea el deseo profundo de algunos analistas —y según se vio el sábado, de algunos políticos de izquierda— aunque poco tenga que ver con la realidad mexicana.
Todo el mundo tiene derecho a creer lo que quiera. Uno puede creer en el fondo de su corazón que Calderón tiene un chip en la cabeza a través el cual El Yunque, junto con la embajada estadounidense, le ordena qué hacer y decir. Y uno puede creer que Fernández Noroña es un extraterrestre y que Vicente Fox es un robot. En fin, uno puede estar seguro de que el mundo se acaba en diciembre del 2012 —qué lástima para Peña Nieto que sólo va a gobernar por tres semanas. Sin embargo, expresar cualquier opinión en público implica responsabilidad y el uso de argumentos. Lanzar acusaciones con base en simpatías o antipatías es poco ético, aunque ciertamente refleja una visión de la realidad que parece haber permeado toda la vida nacional. Tanto en tribunales como en medios cualquiera puede ser acusado de lo que sea y tiene que demostrar su inocencia. Quien acusa no prueba. Cualquier ciudadano —incluidas las figuras públicas— somos presuntos culpables, como lo sugiere la película con ese título que fue apenas estrenada. Si este país quiere ser serio, debemos ya dejar el deporte nacional de opinar sobre la base de amores y fobias y recurrir a evidencias. De esa forma, tal vez tendremos menos certezas, pero también un país más democrático.
Chabat, Jorge. "¿Y usted qué cree?" en El Universal, México, 14 de febrero de 2011, consultado el 22 de febrero de 2011, http://www.eluniversal.com.mx/